11 de abril

Miro el cielo despejado, el sol en medio de ese espejito celeste brilla y produce un calor refrescante. Es una tarde de domingo de un fin de semana poco común a los últimos vividos. Sentada frente a una pantalla, tratando de escribir versos que relaten con franqueza lo que siento y pienso… que describan mi vida. Invadida por esos pensamientos que perturban la armonía alcanzada. Que permiten analizar las metas y definir nuevos senderos. Esos pensamientos que solo yo conozco y muchas veces no quiero expresar abiertamente. El análisis es diario pero la comprensión de la realidad solo aparece cuando existen variaciones a lo cotidiano. El silencio revela hipótesis que el tiempo se encarga de descifrar. La paciencia se transforma en una meta y la perseverancia en un requisito. Las noticias llegan como caen las gotas de lluvia en una noche de otoño. Mi entorno se transforma en un acertijo, las personas muestran sus anhelos, los sucesos develan una verdad próxima… quizás sea momento de madurar. ¡Como negar que la duda esta próxima si siento su aroma que invade y penetra a través de los sentidos!


Reflexiono acerca de lo vivido, dibujo esa imagen pasada de un atardecer en los campos indios. Donde el sol al caer baña los pastos con colores que expresan esos encuentros íntimos, un naranja incandescente y un morado místico. Ese olor a hierba fresca y el sonido del rio los tengo grabados en la fragilidad de la memoria, es similar a ese aroma percibido días atrás. Escucho como late el corazón y se acelera al saber que la competencia ya empezó. Esa lucha constante conmigo misma que hace a la superación un arma de suma importancia. El hecho de dar lo mejor de mi implica ser fiel a lo que siento, tener definida la meta y saber combatir en la batalla diaria contra el desaliento y la monotonía. Abrir el alma y demostrar de que está hecho uno, usar los talentos otorgados, cultivar el aprendizaje, aprovechar las oportunidades y saber cuándo decir no. Es dejar que la vida te guie con su mano invisible por un sendero llamado destino. Saber acoplarse y entender una ley básica como la del karma; y dar gracias infinitas por el simple hecho de estar viva.

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