LAS BENDICIONES DE UN PENAL

No sé si es el aroma de la frustración, o el sonido de la desconfianza pero definitivamente hay algo en ese ambiente con un poder muy potente. Basto solo unos instantes para descubrir que la realidad es cruda, la verdad relativa, la perspectiva agobiante y que el entorno invita a la degeneración. Esa tensión que se vive desde la entrada donde te revisan con una palmada, pero te desvisten con la mirada son los detalles que te alertan el ingreso a una selva donde nadie tiene la última palabra. Es probable que esas sonrisas de bienvenida o esos abrazos de despedida no sean sinceros pero es claro que llevan mucha agonía, un grito de desolación; y es que este es un reino donde la desesperanza pone esmero. Quizás nadie sea responsable, es más quizás nadie sea culpable sin embargo se vuelve palpable que las consecuencias de un hecho dañino son siempre lamentables.
No sé si fue la mirada de aquel niño sentado al lado de su madre, o el bebé en brazos que paso a mi lado, o la pareja de la banca comiendo una molleja, o esos cantos ahogados en la iglesia, o ese dulce adiós de un pequeño de 3 años, pero algo ocurrió en mí, algo se desató, algo cambió, algo muy potente se engendró y el más profundo sentimiento me embargó. Ese dolor, ese sabor amargo de desilusión, esas lágrimas derramadas, esas palabras entrecortadas, esa ira, esa herida en el alma crean, pintan, aclaran, exponen, debaten, proponen una nueva perspectiva, una nueva manera de aprender y vivir la vida. Ese espacio de caos fue el ambiente perfecto para descubrir el poder y bendición de la respiración.
Gracias por la experiencia, gracias por la dicha, gracias por la alegría, gracias por recordarme la inocencia, la modestia, la esperanza, gracias por hacerme sentir viva... gracias por enseñarme lo que significa la palabra LIBERTAD.

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